Heliogábalo, el Emperador Romano que quiso ser mujer

Nombrado emperador (romano) cuando sólo tenía catorce años, el reinado de Marco Aurelio Antonino Augusto estuvo marcado por una revolución que acabó con los tabúes sexuales y cambió las costumbres religiosas.

Sus enemigos transmitieron numerosas leyendas sobre él que aún hoy suscitan debate.

El hecho de hablar de homosexualidad en la Antigüedad no es algo nuevo, ni siquiera entre los emperadores romanos.

De hecho, conocemos la relación del famoso emperador Adriano con su esclavo Antinoo en Egipto y el hecho de que lo hiciera deificar tras su prematura muerte.

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      • Nombre completo: Sextus Varius Avitus Bassianus (nombre de nacimiento)
    • Marco Aurelio Antonino Augusto (nombre en emperador)
      • Otros títulos: Pater Patriae
      • Nacimiento: Roma, c. 203
      • Muerte: Roma, 11 de marzo de 222
      • Predecesor: Macrino
      • Sucesor: Alejandro Severo
    • Esposo(a): Julia Cornelia Paula, Aquilia Severa, Annia Faustina
      • Hijos: Alexander Severus (adoptivo)
      • Dinastía: Severiana
      • Padre: Sexto Varo Marcelo
      • Madre: Julia Soemia Bassiana
      • Reinado: 218-222 d.C.

Nacimiento y educación

Heliogabalo fue un emperador romano que gobernó desde el año 218 al 222 d.C. y que ha llegado a ser considerado el peor de la Historia.

Extravagante y tirano, llevó a cabo ejecuciones masivas de oponentes políticos y miembros de la nobleza.

Adicto al lujo y al sexo, contó con un harén muy diverso de amantes masculinos y femeninos.

Llegó a casarse varias veces, incluso con una Virgen Vestal, por entonces considerado una gran ofensa.
Algunos dicen que llegó a prostituirse, vestida de mujer.

Heriodano, llegó a decir que ofreció cantidades astronómicas de dinero al médico que fuera capaz de sustituir sus genitales masculinos por unos femeninos.

Al no conseguirlo, lo sustituyó por la circuncisión.

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Finalmente tuvo un trágico final. A los 17 años se casó con un esclavo, con quien pretendía nombrar emperador.

Para evitarlo, su guardia pretoriana lo asesinó, ahogándolo en excrementos en una letrina y luego arrojándolo al río Tíber.

Ascenso al Trono

El nombre, Sextus Varus Avitus Bassianus, francamente dice poco, en contraste con otro epíteto que le hizo famoso: Heliogábalo, el emperador romano considerado el más depravado, licencioso y disoluto.  

Es la historia del hombre que fue emperador del 218 al 222 d.C. y al que la historia oficial trató de olvidar, aunque sólo lo consiguió en parte.

Sexto Varo Avito Bassiano ascendió al trono más importante del mundo entonces conocido en 218 d.C., cuando sólo tenía catorce años, gracias a la de dos mujeres: su madre, Julia Sohemia, y su abuela materna, Julia Mesa, esta última hermana de Julia Domna, esposa del difunto emperador Septimio Severo. 

Heliogábalo, natural de Emesa, en Siria, ciudad que el propio Septimio Severo había elevado a la categoría de capital de la provincia de Siria, tenía una ascendencia respetable y no sólo por su importante parentesco con un emperador.

Heliogábalo

Por parte de madre, era bisnieto de Julio Bassiano, esposo de Julia Mesa y, sobre todo, sacerdote del dios El-Gabal, un culto helíaco muy extendido en Siria pero no del todo ajeno a Roma. 

Poco después de su nacimiento, empezó a correr el rumor, sobre todo entre los soldados destinados en Siria, de que, en realidad, no era hijo de Sexto Varo, sino del emperador Caracalla, rumor que nunca se demostró pero que fue útil para los designios dinásticos de Julia Sohemia y, sobre todo, de Julia Mesa.

El 16 de mayo de 216, los legionarios de la guarnición de Raphaneae (ciudad de la provincia romana de Siria), convencidos también por el copioso dinero otorgado por Julia Mesa, proclamaron emperador al joven Sexto Varo Bassiano bajo el nombre de Marco Aurelio Antonino, los mismos epítetos que el difunto Caracalla, para subrayar una paternidad que sólo podía beneficiar al muchacho.

Sin embargo, los romanos ya conocían su rostro de un modo decididamente singular. Junto a las monedas acuñadas con su imagen, bajo las que figuraba el nombre de Divus Antonio el grande, en honor de Alejandro Magno, es sobre todo una inmensa pintura suya la que transmite sus bellos rasgos a un pueblo que no estaba familiarizado con él.  

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La pintura y la obligación de venerar a Heliogábalo son los primeros y singulares signos que marcan los cuatro años de su imperio.

Poco dispuesto a seguir los consejos de su madre, cada vez más preocupada por la excesiva libertad de su hijo, Heliogábalo se entregó a una serie de excentricidades, empezando por frecuentes matrimonios, a los que no siguió el esperado nacimiento de un heredero que salvaguardara la dinastía.

Pero las extravagancias sexuales, las relacionadas con su vestimenta, tan alejada de la tradición romana, los extraños nombramientos que realiza (nombra a una bailarina prefecta del pretorio, a un auriga, Cordio, jefe de la policía, y a su barbero Claudio prefecto de la annona) son poca cosa comparados con los profundos cambios religiosos que Heliogábalo decide introducir en la sociedad romana. 

Precisamente por ese culto, en Roma el joven emperador empezó a ser conocido por todos como Heliogábalo, apelativo que desbancó por completo al más pomposo y quizá menos realista Marco Aurelio Antonino.

En torno a Heliogábalo comenzaron a difundirse una sucesión de narraciones, a veces sin fundamento, sobre todo en el ámbito sexual, destinadas, sin embargo, a desacreditar un papel cada vez más cuestionado por aquellos senadores que desde el principio no aceptaron el papel accesorio al que les obligaba.

En su memoria queda grabado el insulto con ocasión de la primera vez que Heliogábalo puso un pie en el Senado. En esa ocasión, el joven emperador ordena, según relata Aelio Lampridio, historiador del siglo III d.C., que su madre no sólo se siente en los bancos que habitualmente ocupan los senadores, sino que esté presente en la redacción de todos los actos políticos.

Para la machista institución senatorial, la presencia de una mujer, aunque fuera la madre del emperador, era algo inaceptable.

cuadro del emperador

Pero para Heliogábalo, que siempre había crecido rodeado de figuras femeninas, las mujeres tenían una importancia absoluta, hasta el punto de que creó un pequeño senado exclusivamente femenino en la colina del Quirinal, una institución cuyas valiosas opiniones valoraba y no poco.      

Pero son precisamente esas mujeres tan queridas las que empiezan a darle la espalda, empezando por su abuela, la muy poderosa Giulia Mesa, que empieza a temer que su insensato comportamiento pueda amenazar ese poder que tanto le ha costado conseguir.

La reacción del emperador en este punto es clara.

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Primero despoja a Alejo del título de César, luego decide limitar al mínimo sus movimientos en la ciudad, rodeándose de la guardia pretoriana, en la que confía plenamente.

Pero se trataba de decisiones tardías, ya que para entonces Heliogábalo no sólo no era del agrado de los senadores, sino, sobre todo, de los militares, sin cuyo apoyo Roma no podría mantenerse en pie por mucho tiempo. 

La muerte de Heliogábalo y su damnatio memoriae

La damnatio memoriae era una práctica muy común en Roma antigua y se refería a la condena de una persona por parte del Senado, con el objetivo de borrar todo rastro de su existencia.

Esta condena consistía en destruir toda referencia a la persona condenada, incluyendo la destrucción de todas sus estatuas, monumentos, bustos, pinturas, escritos y cualquier otro elemento que la recordara.

También se prohibía mencionar su nombre, con el objetivo de hacer como si la persona nunca existiera. Esta práctica tenía el propósito de castigar a aquellos que habían causado daño a la República Romana.

Pues bien, aquellos mismos soldados que le habían proclamado emperador seis años antes marcaron el final de Heliogábalo.

Roma, 11 de marzo de 222 d.C. Heliogábalo con su madre Julia Soemia se encuentra en un campamento militar.

Se siente seguro allí, mucho más seguro que en su suntuoso palacio, pero no sabe que la muerte camina a su lado, que su hora está a punto de llegar, que la profecía pronunciada unos años antes por los sacerdotes de su Emesa natal, que habían predicho una muerte violenta, está fatalmente a punto de cumplirse.

Aelio Lampridio, cuenta cómo el emperador, precisamente a causa de la profecía sacerdotal, había ideado más de un suicidio posible, desde las cuerdas de púrpura entrelazadas con las que estrangularse, hasta las espadas de oro con las que atravesarse, llegando incluso a pensar en una torre, especialmente construida, desde la que arrojarse.

Formas extravagantes, acordes con la excentricidad de Heliogábalo, pero que son completamente inútiles porque la muerte llega primero y de la forma violenta que le fue anunciada años atrás.

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Son sus guardias personales, en la mejor tradición imperial, quienes lo matan junto con su madre, que había esperado, en cambio, ser perdonada.

La crueldad de los asesinos de Heliogábalo no tiene freno.

Los cuerpos del emperador y de su madre son arrastrados por las calles de Roma, abandonados en el interior de los claustros y, al final de esta grotesca exhibición, arrojados al Tíber, donde la breve parábola de Heliogábalo termina de la peor manera posible.

En poco tiempo desciende sobre él la damnatio memoriae, un hacha inexorable que borra rápidamente la memoria del emperador de Siria.

La piedra negra que simbolizaba al dios de Emesa, y que Heliogábalo había deseado vivamente en Roma, fue devuelta a su ciudad de origen, un acto deliberado destinado a devolver al remitente un culto que aún no había arraigado del todo, pero sobre todo destinado a erradicar el recuerdo de un emperador que soñaba con convertirse en dios.

Heliogábalo consiguió en sólo cuatro años hacer palidecer a personajes como Calígula, Nerón y Vitelio, gracias también a crónicas no del todo honestas y objetivas que crearon la imagen del emperador más loco y depravado de la historia.

 

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