La trágica historia del emperador Valeriano y su escalofriante ejecución

La muerte, poniendo en contacto un metal fundido y al rojo vivo con el cuerpo humano, debe ser la cosa más atroz que se pueda imaginar. Vimos un ejemplo en "Juego de Tronos" cuando el hermano de Daenerys Targaryen fue asesinado dándole un baño de oro líquido en la cabeza.

Los casos más famosos de la vida real son el del emperador romano Valeriano y el de Craso, el hombre más rico de la Roma antigua, asesinados mediante el vertido de oro fundido en la garganta.

Valeriano fue emperador de Roma entre 253 y 260, cuando el imperio ya había iniciado su decadencia, que continuó con él y con sus sucesores.

Se distinguió por ser un cruel perseguidor de los cristianos y muchos señalan que su horrible suplicio fue precisamente el que merecía. En este artículo, vamos a revisar la vida de Valeriano y las increíbles y espantosas circunstancias de su muerte mediante un chorro de oro fundido en su garganta.

Un emperador para un imperio decadente

Cuando Publio Licinio Valeriano, conocido como Valeriano, nació en torno al año 199, Roma era gobernada por Septimio Severo.

El imperio había iniciado su decadencia con el reinado de Cómodo y prueba de ello fue la guerra civil de los cinco emperadores que gobernaron en 193, tras el asesinato del enloquecido hijo de Marco Aurelio el 31 de diciembre de 192. Cómodo fue sustituido por Pertinax, quien resultó asesinado en marzo de 193.

Dos gobernadores provinciales, Claudio Albino en Britania y Pescenio Níger en Egipto y Asia Menor, se autoproclamaron monarcas en sus respectivos territorios.

Pertinax había sido impuesto por la guardia pretoriana, pero al no cumplir con las demandas del cuerpo armado fue asesinado por sus propios valedores.

Entonces, los pretorianos pusieron en subasta la corona imperial, resultando ganador el senador Didio Juliano, quien fue depuesto y asesinado por Septimio Severo, comenzando así la dinastía de los Severos y una precaria estabilidad política en Roma. Sin embargo, el deterioro económico e institucional continuó y en 235 estalló la llamada crisis del siglo III.

A diferencia de muchos de los aspirantes a emperadores que compitieron por el poder imperial durante esta crisis, Valeriano pertenecía a una familia senatorial noble y tradicional.

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Los detalles de su vida temprana son muy escasos y ni siquiera hay seguridad sobre su año de nacimiento, estimándose que fue en torno a 199.

Se sabe que contrajo matrimonio con Mariniana, que fue su segunda esposa, creyéndose que la mujer murió antes del ascenso de su marido al trono, por la deificación que Valeriano hizo de ella en las monedas que ordenó acuñar al llegar al poder.

Del matrimonio de Valeriano con Mariniana nacieron dos hijos: Valeriano el Menor, que fue cónsul en 265, y Galieno, que fue coemperador con su padre entre 253 y 260 y luego reinó en solitario desde 260 hasta 268.

Valeriano fue cónsul por primera vez antes de 238 y ese año lo eligieron príncipe senatus o primero de los senadores, un cargo más honorífico y prestigioso que poderoso.

El primer senador era el primero en hablar después del cónsul o el pretor que había convocado la reunión del senado y se encargaba de dirigir la sesión como los modernos directores de debates.

Gordiano Primero, un anciano de 80 años que reinó durante 21 días entre marzo y abril de 238, llegó al poder gracias a que Valeriano gestionó ante el senado su reclamación de ser reconocido como emperador.

Debido a su avanzada edad, Gordiano Primero asoció al trono a su hijo Gordiano Segundo, quien murió combatiendo. La noticia de la muerte del hijo afectó enormemente al anciano emperador, que falleció también el mismo día.

el emperador valeriano

Valeriano, comandante y emperador

En 251, cuando el emperador Decio se revistió de poderes ejecutivos y legislativos inusualmente amplios, Valeriano fue electo censor por el senado, pero se negó a aceptar el cargo.

Cuando Decio partió a su desafortunada campaña en Iliria, donde murió en batalla en 251, Valeriano quedó a cargo de los asuntos del gobierno en Roma. Treboniano Galo llegó al trono en 251 y Valeriano fue designado dux o comandante de un ejército formado por las guarniciones romanas que protegían la frontera del Rin en el límite histórico con los aguerridos pueblos germánicos.

En 253, Marco Emilio Emiliano se rebeló contra el gobierno de Treboniano Galo y el emperador recurrió a Valeriano para intentar controlar el levantamiento.

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Emiliano era gobernador de la provincia romana de Mesia en la península balcánica, y había derrotado al rey godo Kniva. Eufóricos por la victoria y descontentos con el gobierno central en Roma, los legionarios de Emiliano lo proclamaron emperador y la fuerza insurgente se dirigió a la capital imperial con la intención de derrocar a Galo.

Valeriano movilizó su ejército desde el Rin en apoyo de Galo, pero llegó tarde, cuando el emperador y su hijo Lucio ya habían sido asesinados por sus propios soldados, que se unieron al ejército de Emiliano.

Emiliano entró triunfalmente en Roma y al senado no le quedó más remedio que reconocerlo como legítimo emperador en agosto de 253, aunque su reinado duraría solo 88 días. Camino a Roma, el ejército procedente del Rin proclamó emperador a su comandante.

Al llegar a Roma, las legiones de Emiliano traicionaron a su jefe y lo asesinaron en octubre de 253, proclamando como nuevo César a Valeriano.

El senado se apresuró a reconocerlo como emperador, no solo por temor a represalias sino porque era considerado un miembro de la clase senatorial por derecho propio.

busto de valeriano

Valeriano es derrotado por los persas

El primer acto de gobierno de Valeriano en octubre de 253 fue nombrar como co emperador a su hijo Galieno. Al principio del gobierno de la pareja padre e hijo, la situación en las provincias occidentales del imperio romano iba de mal en peor, con los territorios sumidos en el desorden y la anarquía.

En el lado oriental, los asuntos no iban mejor. Armenia había sido ocupada por el rey Sapor I, mientras que Antioquía también estaba en manos de los enemigos iranios. Valeriano y Galieno decidieron realizar dos campañas al mismo tiempo: una hacia el poniente, dirigida por el hijo para enfrentar las rebeliones en las provincias occidentales, y otra hacia el levante, al mando del padre para combatir a los iraníes.

Valeriano volvió a ser electo cónsul ordinario en 254, 255 y 257.

Ese año ya había derrotado a los persas y reconquistado Antioquía y la provincia de Siria. En 258, los persas cargaron nuevamente contra Asia Menor y en 259, Valeriano se trasladó a Edesa, en Anatolia.

El ejército romano fue afectado por un brote de peste que mató a un número crítico de legionarios y los persas sitiaron la ciudad defendida por las debilitadas fuerzas de Valeriano.

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En abril o mayo de 260, se libró la batalla de Edesa en la que el emperador romano enfrentó al rey iraní Sapor I.

Desde que Ardacher I fundó la dinastía sasánida iraní en 224, la nueva monarquía había proclamado sus intenciones de recuperar los territorios que habían conquistado Ciro el Grande y los aqueménidas, desde Mesopotamia y Siria hasta el mar Egeo.

De esta forma, todas las provincias romanas de esa área vivían bajo constante amenaza y en 251, Sapor I realizó una campaña comenzando con un asedio a la fortaleza de Nisibis, en la Mesopotamia romana.

El fuerte romano resistió varios meses, pero cuando cayó, su guarnición fue asesinada a cuchillo por los sasánidas y los no combatientes pasaron a la esclavitud. A partir de ese momento, el rey persa empezó a realizar incursiones por Siria y Anatolia.

imperio sasanida

Luego, Sapor I arrasó Siria, Capadocia y se apoderó de Antioquía, la principal ciudad romana en oriente. Las inscripciones sasánidas señalan que Valeriano dirigió un ejército de 70,000 legionarios en la batalla de Edesa, provenientes de diversas guarniciones del imperio, mientras que el historiador bizantino del siglo XI, Jorge Cedreno, afirmó que los romanos combatieron con 20,000 soldados.

Aunque la mayoría de los ejércitos romanos puestos en campaña en el siglo III estaban formados por unos 30,000 legionarios, la cifra de 70,000 no parece exagerada por la importancia de la operación y por la existencia de calzadas en toda la ruta, lo que facilitaba el movimiento de tropas y la logística.

Los sasánidas lucharon con un ejército que ha sido estimado entre 100,000 y 130,000 hombres, según la historiadora finlandesa Tuomo Pekkanen, basándose en evidencias arqueológicas encontradas en Irán.

Sin embargo, el erudito inglés George Rawlinson rebajó la cifra de los combatientes sasánidas a un máximo de 60,000.

No existen detalles sobre la batalla ganada por los iraníes, pero el historiador romano Zósimo señaló que Valeriano fue capturado después de asistir con una pequeña comitiva a una reunión con Sapor I.

El historiador bizantino Juan Zonaras afirmó que, ante el asedio persa de Edesa, el emperador romano decidió plantar batalla y fue derrotado, siendo capturado en la refriega.

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Otras fuentes indican que el asedio de Edesa por los iraníes sumió en el hambre a los soldados romanos, que se amotinaron y Valeriano, temiendo por su vida, prefirió entregarse al enemigo.

 En todo caso, la derrota y captura de Valeriano resultaron catastróficas tanto militar como simbólicamente para Roma, ya que por primera vez en la historia, un emperador romano era hecho prisionero por un enemigo extranjero.

Valeriano estuvo cautivo el resto de su vida y varios historiadores cristianos, incluyendo a San Jerónimo, Paulo Orosio y Jordanes, señalan que fue sometido a toda clase de humillaciones por Sapor I.

Se cuenta que el rey iranio lo hacía arrodillar para utilizar su espalda y su cuello como taburete al subir al caballo. La derrota romana en Edesa casi coincidió con el inicio de la octava persecución de los cristianos en Roma, y el escritor de los siglos III y IV Lactancio señaló que Valeriano estaba sufriendo un castigo divino.

Según el obispo Eusebio de Cesarea, el emperador Constantino el Grande justificó en una carta la deshonra y malos tratos a Valeriano por su ensañamiento con los cristianos.

El funcionario historiador romano del siglo IV Eutropio escribió que Valeriano fue derrotado por Sapor I, rey de Persia, y poco después hecho prisionero, envejeciendo en una ignominiosa esclavitud entre los partos.

Lactancio añadió que el emperador romano propuso a su captor el pago de un gran rescate por su liberación, pero Sapor I se negó.

Finalmente, en algún momento entre 260 y 264, Valeriano fue asesinado por los persas que le vertieron oro fundido en la garganta, según la versión más aceptada.

Otras versiones sobre la desaparición de Valeriano

Después de muerto, el emperador romano fue despellejado y su piel se utilizó como un saco que se rellenó con paja para conservarla como trofeo en un templo persa.

Sin embargo, la forma de muerte de Valeriano no es compartida por todos los historiadores.

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Otros afirman que fue despellejado vivo y el erudito historiador moderno iraní, Touraj Daryaee, señala que Sapor I no maltrató a Valeriano, sino que lo envió a una ciudad persa llamada Gundishapur, donde vivió en condiciones relativamente buenas.

Según este relato, el rey iraní utilizó a los romanos prisioneros en obras de construcción, incluyendo el famoso puente de Shushtar, también llamado puente de Valeriano, que es patrimonio de la humanidad y marcó el inicio de una era en la ingeniería persa.

En diversas tallas de piedra iraní, se representaba a Valeriano tomando la mano de Sapor I en señal de sumisión. Según el erudito persa del siglo IX, Abu Hanifa Dinawari, el rey iraní liberó al emperador romano después de la construcción del puente.

Algunas fuentes señalan que la historia de la horrible muerte de Valeriano mediante el vertido de oro en la garganta fue difundida por historiadores cristianos como una especie de escarmiento, simbolizando lo que debían esperar los perseguidores de cristianos.

De paso, ponían a los adversarios musulmanes como salvajes capaces de cometer los asesinatos más espantosos.

Según esta historia, el relato cristiano de la muerte de Valeriano no encontró apoyo entre los cronistas e historiadores del islamismo sunita, como un recurso más en su enfrentamiento contra los chiítas persas.

La persecución de los cristianos durante el reinado de Valeriano

Mientras estaba peleando en Oriente contra los iranios, Valeriano envió dos cartas al senado exigiendo que se tomaran medidas más severas contra los cristianos.

En la primera ordenó el destierro para los sacerdotes cristianos que se negaron a hacer sacrificios a los dioses paganos romanos y en la segunda mandó a ejecutar a los líderes del cristianismo. 

También requirió a los senadores y a los miembros de la orden ecuestre, inmediatamente inferior a la senatorial, la realización de actos de adoración a los dioses romanos, so pena de perder sus títulos y propiedades y de ser ejecutados si insistían en negarse.

Igualmente, decretó que las matronas romanas cristianas que se negaron a abandonar su religión debían ser desterradas tras la confiscación de sus propiedades.

Para los funcionarios de la casa imperial y de la administración pública que se negaron a adorar a Júpiter y demás deidades oficiales, el emperador ordenó el trabajo como esclavos en las propiedades y proyectos del imperio.

Estas amenazas y acciones represivas de Valeriano contra hombres y mujeres de las clases más altas, incluso el senado, dejan ver que el cristianismo ya estaba bien establecido en Roma a mediados del siglo III y que algunos cristianos habían alcanzado posiciones de poder.

Es posible que las medidas anticristianas de Valeriano hayan conducido al martirio de San Prudencio de Narbona, ocurrido en la comuna francesa de Narbona en septiembre de 257.

San Prudencio fue asesinado rompiéndole el cráneo con un martillo de albañil, aunque no está claro si fueron bárbaros o soldados romanos.

En 258, fueron asesinados varios cristianos en medio del decreto de muerte de Valeriano para los miembros de la nueva religión. San Lorenzo fue quemado en una parrilla, el Papa Sixto II murió decapitado y el exsoldado San Romano también resultó martirizado.

La ola de muerte desencadenada por el edicto de Valeriano contra los cristianos fue detenida por su hijo Galieno cuando anuló el decreto de su padre en 260, tras la desaparición de Valeriano. Se desató la guerra civil en Roma, aunque Galieno pudo gobernar en solitario hasta 268. Galieno cesó la persecución del cristianismo, pero la práctica de esta religión continuó estando prohibida.

Sin embargo, los cristianos pudieron ejercer su fe un poco más tranquilos durante más de 40 años, hasta que Diocleciano reactivó las persecuciones en 303.

El hijo de Valeriano fue acusado por algunos historiadores de no haber hecho lo suficiente para liberar a su padre de su cautiverio en Persia.

Otras muertes por oro fundido en la garganta

Uno de los episodios más dantescos es verter metal al rojo vivo no en un crisol aislado y seguro de una planta metalúrgica, sino en una garganta humana.

Valeriano no fue el único romano poderoso en morir de esta forma. 313 años antes que él, el político y militar de la Roma republicana, Marco Licinio Craso, fue sometido al mismo suplicio. Los españoles también practicaron este método durante la Inquisición, llevándolo después a América.

En realidad, se cree que el calor del metal fundido no es lo que mata a las víctimas de este tormento, aunque les proporciona unos espantosos segundos finales.

Según reporta el Smithsonian Magazine, una investigación de 2003 publicada en el Journal of Clinical Pathology estudió el efecto de verter metal fundido en una garganta animal. En el ensayo, los científicos utilizaron la cabeza de una vaca obtenida en un matadero y vertieron plomo fundido en la garganta, encontrando que el metal se solidificó en 10 segundos.

En la macabra operación se generan unos vapores intensamente venenosos y se cree que son estos los que provocan la muerte del desdichado.

Gengis Khan practicó una variante cuando mató a un gobernador musulmán que lo había ofendido echándole plata fundida en los ojos y los oídos.

Sin embargo, no hay otro emperador romano muy conocido por su codicia que sería víctima de este cruel castigo por parte de sus adversarios. El aristócrata militar y político Marco Licinio Craso fue el romano más rico de su tiempo. Aplastó la rebelión de esclavos de Espartaco y se distinguió en la batalla de la Puerta Colina.

Aquel vencedor, Lucio Cornelio Sila, tomó el control de Roma durante la guerra civil en 82 a.C. Craso ejercía el poder político como miembro del primer triunvirato al lado de Julio César y Pompeyo, pero deseaba glorias militares propias y no como un subalterno de otros generales.

En 55 a.C., fue nombrado gobernador romano de la provincia de Siria y partió hacia sus nuevos dominios dedicándose a lucrativos saqueos.

Craso era famoso por su riqueza y codicia, y el historiador Plutarco escribió sobre él:

"Los días se le pasaban encorvado sobre las balanzas", en alusión al pesaje del oro y la plata que obtenía de malos modos.

Para ganar la fama militar que ansiaba, preparó un ejército de 50,000 hombres, incluyendo 4,000 jinetes, y enfrentó a los partos, imperio que dominaba en el actual Irán y otros territorios.

Los partos masacraron las fuerzas de Craso en la batalla de Carras, una de las derrotas más humillantes del temible ejército de la república romana hasta ese momento.

En la contienda murieron 20,000 romanos, incluyendo Publio Licinio Craso, cónsul e hijo del rico aristócrata, mientras que 10,000 legionarios fueron hechos prisioneros.

Los supervivientes se amotinaron exigiendo a Craso que negociara con los partos para detener la matanza, y cuando fue a hacerlo, lo apresaron.

Los partos conocían la enfermiza sed de riquezas de Craso y le propinaron una muerte de horrendo simbolismo, vertiéndole oro fundido en la garganta. Se afirma que la práctica de verter metal líquido en la garganta de la víctima también fue utilizada en España durante la Inquisición, y fue precisamente un español venido al nuevo mundo el que padeció esta atrocidad a manos de nativos americanos.

Se cuenta que durante la colonia, en el asentamiento de Logroño, en el actual Ecuador, un gobernador español estaba estafando a los nativos jíbaros en la explotación del oro.

Hubo una revuelta, el gobernador fue capturado y murió por el objeto de su codicia: oro fundido vertido en su garganta.

La muerte provocada por un metal fundido vertido en la garganta, que quema instantáneamente todo a su paso mientras reacciona con las sustancias del cuerpo generando vapores venenosos, es una de las más horribles que se puedan imaginar.

Aun así, muchos creen que algunos líderes crueles y nefastos, como Valeriano, merecían morir de esta forma tan espantosa.

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